jueves, 8 de abril de 2010

Una super mujer



Le diagnosticaron un mal degenerativo, respondió convirtiéndose en microempresaria. El sismo frenó su crecimiento, abrió en un mercado mayor. No hay duda: a ella, los males le hacen bien

Rosa Luz Muñante tiene lupus. Otrora chica full deportes, desde el 2005 se vale de un andador para caminar. En unos días le pondrán una prótesis de titanio en una cadera (ya habrá momento para que procedan en la otra). “Voy a ser la mujer biónica”, sonríe. Así es Rosa Luz.
El sismo de 7,9 grados paralizó el vuelo que Evolution Sport, su marca de ropa para gimnasios, en Pisco, había comenzado a tomar. Rosa Luz además se hace cargo de su hijo de 10 años. Si una maldita enfermedad no la había frenado, menos lo iba a hacer un terremoto que mató a más de medio millar.

Su empresa estaba por cumplir dos años, había ganado una buena clientela, estaba rompiendo en el mercado, cuando el terremoto azotó Pisco. ¿Qué pasó entonces por su cabeza?
Terror. Yo pensé que se acababa el mundo, que toda la gente se iba a ir y que Pisco iba a dejar de existir. Tenía la sensación de que iba a venir algo peor. Cada cinco o diez minutos había un nuevo temblor, y eran fuertes.

En ese momento, su prioridad fue…
¡Salir! No pensé en nada más. No pasaron por mi mente ni mis máquinas ni nada. Lo único que quería era que nos fuéramos. Los chicos de la Fundación (de la Gente, del Banco de Trabajo), preocupados, me comenzaron a llamar… Yo no quería contestar el teléfono. Todos estábamos afuera. Nadie quería volver a entrar (a sus casas, por temor a que estas se desplomaran con ellos dentro)… Dormimos en calle dos, tres días.

Además, tras el terremoto y con las réplicas, lo que menos podía provocarle a alguien era ir a comprar ropa deportiva.
Ni siquiera trabajar… No pensaba en nada, ni en que mi hijo tenía que ir al colegio, ni que tenía que tomar mis medicinas… porque yo tomo medicinas a diario.

Detalles importantes, porque no solo fue afectada su empresa, usted tiene un hijo en edad escolar y además sufre una enfermedad degenerativa que la obliga a usar un andador. En esas circunstancias, respecto al resto, ¿no pensó que su caso era peor?
No. Yo me veía igual que todo el mundo. Más bien le daba gracias a Dios porque nos habíamos salvado. En ese momento, lo único que importó era que estábamos vivos. Ese era un punto favorable para una nueva partida.

¿Cuánto tiempo le tomó empezar de nuevo?
Dos o tres meses.

En ese lapso de tiempo, ¿de qué vivieron usted y su hijo?
Tenía stock. Los chicos de la fundación enviaron mi ropa a Lima y, mi mamá, envió una parte a Pucallpa. Tenía bastante ropa, así que la empecé a vender en Pucallpa.

¿Por qué en Pucallpa?
Porque allá tengo dos hermanos. También tengo en Lima, pero allá -en la casa de mi hermana- no había espacio. Mi papá además estaba hospitalizado -por una especie de cáncer-, y mamá estaba con él. Ella no podía estar con nosotros.

En Pucallpa también se encontró con una amiga de la Fundación de la Gente…
Sí, e hicimos un desfile. Ella lo organizó para que yo pueda promocionar mi ropa. Además me mandó a hacer 200 polos para su empresa, y yo tenía que ver cómo hacía, porque no contaba con mis máquinas. En un momento pensé en trasladarlas allá, pero no estaba convencida de quedarme a vivir en Pucallpa.

Sus máquinas seguían en Pisco.
Arrumadas, nadie les había pasado siquiera un trapito. Nadie quería regresar.

¿No temía que se las fuesen a robar?
No… Hasta el primer mes, no pensé en trabajar.

Usted se fue para olvidarse de todo.
Me fui sin nada. No llevé ni ropa.

Necesitaba reaccionar.
Vencer el temor, porque no quería regresar.

La ayuda de su amiga le devolvió el ánimo.
Sí, porque ella me decía: “¡Vamos a hacer esto!”. Pero yo estaba sin ganas, pese a que no soy de las personas que se deprimen o que se caen rápido.

Entonces…
Yo soy de las personas más pausadas, de las que piensan un poco más lento, pero ella prácticamente me forzó (ríe)… Mi hermana también me ayudó, le pasó la voz a sus amigas. Así comencé a vender en uno, otro lado. Comencé a visitar gimnasios…

Imagino que debería parecerles raro que una persona en andador llegue a ofrecerles ropa deportiva.
Sí, es complicado. Aunque la gente ya se acostumbró, y ya se acostumbró porque yo ya me acostumbré a verme así. Para mí, es lo más normal.

Cuando decidió regresar, lo hizo a Ica, no a Pisco. ¿Por qué?
Porque mi mamá estaba acá -a nosotros, las enfermedades nos persiguen: la suegra de mi hermano estaba mal-, estaba cuidando a mis sobrinos. Mi papá ya estaba mejor, también estaba acá; a él lo estaba viendo su hermana.

Entonces, venir a Ica no fue una decisión estratégica.
No, y a Pisco no podíamos regresar porque la casa era un desastre. Hace cuatro meses recién lo hemos arreglado todo.

En Ica se encontró con un mercado más grande.
Claro, llamé a mi clienta de acá y, “ya, bacán, necesito la ropa”. Es que yo trabajo con un material nuevo, uno que aún no estaban empleando las marcas más conocidas de acá. Y comencé a confeccionar. Yo solita. No había nadie más. Tampoco podía buscar nuevos mercados, no había quién lo hiciera. Empecé a tantear: iba con mi lista de modelos, les planteaba darles a consignación -¡a la gente le encanta eso!-, les decía que les iba a armar toda la tienda, que les iba a poner los maniquíes, ¡todo! “Ya, bacán, ¡cuándo me los traes!”. ¿Cuándo me los traes? ¡Si no tenía ropa! Igual, les decía: “En semana y media”.

Hoy incluso exporta a Bolivia. ¿Cómo así?
Siempre he tenido mis contactos. Yo viví muchos años allá (12 años), y tenía una clienta potencial muy fuerte. La llamé. Me preguntó que qué había sido de mí, le conté; me dijo que necesitaba mi ropa ¡urgente! Le mandé. Primero, para ella (para su uso). Ella tiene un gimnasio hermoso, y en sus planes estaba previsto crecer: poner una boutique. Mi siguiente envío fue ya para que ella lo vendiera. Desde entonces trabajamos así.

Hoy, además es profesora en un instituto de educación técnica.
Es que a raíz de que me quedé sin personal, recurrí a la Fundación. Les dije cuál era mi problema. Me plantearon buscar un instituto e identificar a gente para capacitarla. Es que aquí te enseñan a hacer blusas y pantalones, no a trabajar con lycra. “Capacítalos tú, invierte tu tiempo; ese va a ser tu tema de responsabilidad social”, me dijeron.
Fui y hablé con la directora. Les hice un piloto. Di primero una clase de motivación: les conté por lo que había pasado, también qué era lo que necesitaba: gente que aprenda, que se comprometa a trabajar para así crecer juntos. Porque yo no quiero tener algo chiquito… Empezamos, y como el instituto no tiene las máquinas que yo tengo, los traje a mi taller. Vinieron y comenzaron a practicar, porque lo que ellos necesitaban era malograr para aprender. Hicimos el primer piloto con ocho chicos. De ellos, se han quedado dos.

Estaba en un mercado chico -Pisco- y ahora está en uno mayor, incluso está exportando; usted cumplía una labor de empresaria, hoy además ejerce la docencia. Podría decirse que a usted el terremoto le ha hecho bien.
Sí.

La obligó a crecer.
No hay bien que por mal no venga. Me ha ayudado, porque a raíz de que vinimos vi que este es un mercado con mayor poder adquisitivo. Hemos mejorado, he conseguido personal más comprometido, ¡ahora tengo más aspiraciones! Quiero poner una tienda propia, porque este podrá ser un mercado pequeño, no como Lima, pero sí uno en el que puedo ser la reina ¡yo! Esa es mi aspiración… Igual, no dejo Pisco, porque allá ya hice mi clientela, que todo el tiempo me llama, que quiere mi ropa que ahora tiene mejor calidad y, por lo tanto, mayor costo. Ellas la aceptan y eso me gusta. ¡Me gusta porque es mi sitio! Porque si bien ya han llegado otras marcas, ellas me dicen: “No, yo quiero comprarte a ti, porque yo ya sé lo que tú vendes, porque me gusta lo que haces y porque puedo pedirte lo que yo quiero”.

Claro, porque usted se hizo conocida en Pisco por ofrecer ropa que, prácticamente, diseñaban sus clientas.
Yo empecé con esa estrategia porque pensé: ¿Cómo voy a vencerlos (a las otras marcas) si ya están años? Al principio, cuando iba a los gimnasios, me rechazaban. Por eso abrí la tienda, y dije: Yo voy a venderles lo que ellas quieran. Entonces, descosíamos y volvíamos a coser diez veces, les hacíamos mil cosas, perdíamos, pero ellas salían felices. Por ejemplo, me decían: “Acá tengo mucho rollo, súbeme esta parte”. Así ganamos clientela, los gimnasios dejaron de vender ropa, porque nosotros podíamos confeccionar y dar un mejor precio; ellos solo revendían. Así ganamos clientela, ¡y hasta ahora nos siguen!

Y estaba en pleno proceso de crecimiento cuando ocurrió el terremoto.
Sí.

Cuando ello ocurre, muchos tienden a llorar y a estirar la mano. Usted, no.
No. Uno, porque -por mi enfermedad- no tengo lágrimas (ríe); además, no tengo la costumbre de llorar. Dos, después de mi enfermedad, sé que puedo superar cualquier cosa. Nada me deprime, nada me tumba. No hay cosa peor que me pueda pasar. Aunque enfermarme también me benefició.

¿Cómo así?
Me hizo abrir mi negocio. Ahora manejo mi tiempo, veo más a mi hijo…

O sea que usted es una persona a la que los problemas le hacen bien.
Sí (ríe)…

LA FICHA
Nombre: Rosa Luz Muñante Meneses.
Colegio: La primaria en el nacional María del Rosario. La secundaria la inició en el Bandera del Perú y la concluyó en el Jorge Basadre, todos en Pisco.
Estudios: Administradora de la Universidad San Simón con tres posgrados de la Universidad Nur, ambas en Bolivia.
Edad: 36 años.
Cargo: Propietaria y gerente general de Evolution Sport.

Tomado del blog

Ejecutivas del Comercio

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